La búsqueda de la belleza ha motivado siempre a los seres humanos; la belleza física, a la gran mayoría, y los otros tipos de belleza, más bien, a una minoría.
Es obvio que la belleza física exterior está manipulada por la industria del cine y por la propaganda de la moda y que las otras formas de belleza brillan cada vez más por su ausencia: belleza en la música, en el arte, en el discurso intelectual, etc.
En la entrada de hoy me voy a detener en una forma de belleza que a mí me ha atraído casi desde la niñez y que es difícil poder compartir con otros sin ser tildado de friki, excéntrico o sheldoniano. Sí, me refiero a la belleza de la matemática y de la lógica que impregna las demostraciones de algunos asertos matemáticos.
Hay muchos ejemplos que podrían darse y quienes se han sumergido en las profundidades del quehacer matemático a buen seguro podrían presentar otros ejemplos de oro puro refinado, pero me conformo con mostrar uno relativo a la teoría de filtros de la topología general, propio del nivel de quien se ha quedado en la orilla del mar del conocimiento matemático, pero que permite, a mi juicio, vislumbrar la belleza matemática.
No obstante, de entre todas las formas de belleza, parece preferible buscar la que se halla en la naturaleza y en el cosmos y, sobre todo, la belleza interior de la que nos habla la Sagrada Escritura, es decir, la del carácter afable y apacible.
"Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Elohim".
(1 Pedro 3:3-4)
"Y Yahwéh respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho (por Shaúl); porque Yahwéh no mira lo que mira el hombre, pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Yahweh mira el corazón"
(1 Samuel 16:7)
"Engañosa es la gracia y vana la belleza, pero la mujer que teme a Yahwéh, esa será alabada".
(Proverbios 31:30)
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