lunes, 30 de marzo de 2015

En el filo peligroso

El abandono de los valores judeocristianos que están en la base de la organización social de los pueblos de Occidente prosigue su marcha ascendente de forma exponencial. 
En los últimos decenios y en un país tras otro se ha ido legislando para fomentar el homosexualismo y normalizar contra natura la homosexualidad, para dar carta de naturaleza de derecho a ciertas prácticas inmorales como la del aborto o para desproteger a la familia, célula básica de la sociedad, por citar algunos ejemplos. A mi entender, y aunque no se comparta, las consecuencias de este cambio de rumbo social son el deterioro de la convivencia, el aumento de la violencia, del egoísmo, del hedonismo, así como el aumento de las desigualdades y de la injusticia. Suscribo, pues, la idea de que en la raíz de la actual crisis económica subyace una crisis ética o moral; ahí está la decisión de algunos gobiernos de incluir en el PIB los ingresos estimados de actividades tan 'pulcras' como la prostitución, el narcotráfico o el contrabando. Los valores morales predicados desde la antigüedad han ido sustituyéndose por los consejos seudocientíficos de los gurúes profesionales del paradigma humanista imperante, quienes, incomprensiblemente, no se sonrojan cuando recurren a la mala o buena suerte, como si de la romana diosa Fortuna se tratase. Tras escuchar una entrevista radiofónica empiezo a sopesar que nos acercamos a un punto de no retorno dado que la estrategia de llamar a lo bueno malo y a lo malo bueno está llegando a unos límites insospechados. Al parecer, hace un par de años se constituyó en España una asociación de padres y madres de niños y niñas transexuales y hace unas semanas se presentó en San Sebastián su homóloga en el País Vasco. Según sus miembros, el género de los infantes es independiente del sexo con que vienen al mundo y pretenden inocular en la sociedad la idea de que puede ser perfectamente natural el hecho de que un menor con pene pueda 'sentirse niña' o una menor con vulva pueda 'sentirse niño'. Asimismo sostienen que la temprana verbalización de este tipo de sentimientos por parte de los menores es independiente de los factores ambientales y estriba en que su genuina identidad de género va interiorizándose en el proceso de gestación dentro del vientre materno. 
Con este ideario no dudan en procurar ambientes a sus descendientes que refuercen este tipo de conductas y mientras argumentan que su objetivo es permitir que sus descendientes desarrollen en libertad su identidad de género inherente, en mi opinión, no hacen sino esforzarse en masculinizar a sus 
hijas o feminizar a sus hijos. Resulta kafkiano que hayan recibido críticas de ciertos grupos feministas por el hecho de establecer una división sexista de roles en la caracterización del género de los menores. Me consta que no todos los sexólogos opinan igual que los que asesoran a los miembros de estas asociaciones, ¿o debería decir asexoran? Ante el evidente declive que van reflejando las sociedades 'civilizadas' tan sólo quiero recordar las palabras de Jesús quien nos advirtió: "Cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera si se le atase una piedra de molino al cuello, y se le arrojase en el mar".  

30 de marzo de 2015                                     Vitoria-Gasteiz