viernes, 27 de septiembre de 2019

El dogma de la Trinidad

Al escudriñar las Escrituras y analizar las distintas traducciones e interpretaciones que hay de las mismas se comprueba, con mucho estupor, el hecho de que es muy grande el peso que  tiene la traducción elegida a la hora de establecer unos dogmas u otros. 
Uno de los dogmas más característicos de la mayoría de protestantes y católicos es el de la llamada Trinidad: Dios es trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo; tres personas distintas y un solo Dios verdadero,



si bien existe una corriente que la niega llamada Unitarismo en la que se sumergieron, al parecer, ilustres cristianos como Isaac Newton, Miguel Servet, John Milton, John Locke, J.M. Blanco White y otros.
El análisis de los investigadores y, sobre todo, la guía del santo espíritu de Dios, ayudan a vislumbrar que este dogma no es sino una interpretación teológica que se apoya en traducciones, más tendenciosas que fieles, del idioma griego usado en las antiguas copias que se conservan de los textos manuscritos de los libros del Evangelio e incluso en espurios añadidos a la Palabra, lo cuál ha sido reconocido incluso por algunas autoridades de la Iglesia Católica Apostólica Romana (ICAR). 



A modo de ejemplo, véanse y compárense en distintas versiones de la Biblia los versículos Tito 2:13, 2 Pedro 1:1, 2 Tesalonicenses 1:12, 1 Timoteo 5:21, Romanos 9:5, etc. donde en unos casos no se distingue a Dios de Jesucristo y en otros sí. Se comprueba así que la traducción del griego es fundamental y que la elección de traducción puede dirigir a la creencia de que Jesús es Dios o a la creencia de que no lo es. Por ello algunos cristianos consideran ese dogma como falsa doctrina. Y es que, además, sin este dogma parecen caerse las escamas de los ojos espirituales que dificultan entender muchos de los pasajes del libro Apocalipsis y de otros, en los que parece evidente que solo hay un Dios, el Padre (nombrado en la Biblia también como Elohim, El-Shaddai, Adonay, Ha-shem, etc.), quien tiene un Hijo unigénito, el primogénito de la creación, de naturaleza divina, que se encarnó en el hombre Jesucristo pero es preexistente y que, aunque comparte con Dios muchos de sus atributos, sin embargo, no es el Padre, no es Yahwéh, sino que está sujeto a Él y, por tanto, no es Dios, 
"Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos". (1 Corintios 15.28) 
si bien Dios le ha otorgado total preeminencia, habida cuenta de que tras su sacrificio, muerte y  resurrección, fue ascendido a los cielos y está ahora sentado a su diestra intercediendo por nosotros y esperando la hora para empezar a reinar en la Tierra como Rey de reyes y Señor de señores. ¡A Elohim sea toda la gloria y la honra!
También las personas convertidas, somos hijos de Dios, aunque adoptivos, y estamos destinados a participar de su naturaleza divina y a ser transformados en la imagen de Cristo, nuestro hermano modelo, pero no en Dios; véase 2 Pedro 1:2-4 donde, por otra parte, también se distingue entre las personas del Padre (Dios) y del Hijo (Jesucristo).
Otro de los argumentos convincentes que se pueden esgrimir para abandonar este dogma es el de la más que posible falsificación del versículo de Mateo 28:19 tal y como aseveran muchos de los investigadores.
"Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén". (Mateo 28:18-20) 



Al parecer, se sabe que el evangelio de Mateo fue escrito originalmente en hebreo en lugar de griego. Aún se conservan copias del mismo (Mateo Shem Tov) en varias bibliotecas y museos de algunas ciudades y resulta que en ellas no aparece ese versículo, y aunque se especula con una manipulación por copistas judíos,
"Y Yeshúa se acercó a ellos y les dijo: A mí se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan ustedes y enséñenles a guardar todas las  palabras que les he mandado para siempre". (Mateo 28:18-20) 
lo cierto es que está en total concordancia con el resto de pasajes del Evangelio sobre este tema, en los que se narra que los apóstoles y discípulos de Jesús siempre bautizaban solo en el nombre de Jesucristo, en lugar de hacerlo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Ergo si lo que recibimos los creyentes tras el bautismo de agua es un don espiritual, entonces el espíritu santo de Dios no es una persona y el dogma trinitario deviene falso.
Finalmente, es probable que los versículos que más apoyan la posición trinitaria sean los de la carta 1 Juan 5, donde aparece la conocida coma joánica:
"Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno. Y tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres concuerdan". (1 Juan 5:7-8) 
pero, al parecer, son muchos los estudiosos que lo consideran apócrifo y que fue insertado posteriormente a la redacción original de la epístola de Juan para afianzar el dogma trinitario, lo cuál recuerda esa advertencia de Dios que nos previene sobre añadir o suprimir algo de su Palabra:
"Toda palabra de Dios es limpia; Él es escudo a los que en él esperan. No añadas a sus palabras, para que no te reprenda, y seas hallado mentiroso". (Proverbios 30:5-6)
Se observa también que, a falta de nombre propio, se insiste en la personificación, al escribir con mayúscula las iniciales de las palabras espíritu y santo. Veamos estos versículos en otras Biblias:
"Porque tres son los que testifican, el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres se reducen a uno solo". (1 Juan 5:7-8, Nácar-Colunga)
"Pues tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres convienen en lo mismo".(1 Juan 5:7-8, Biblia de Jerusalén) 
"Y el espíritu da testimonio, porque el espíritu es la verdad. Y tres son los testigos: el espíritu, el agua y la sangre, y los tres concuerdan". (1 Juan 5:7-8, Peshita en español) 
Parece evidente que, a pesar de la mayúscula, el tratamiento que se le da al espíritu santo de Dios no es el de una persona sino el de algo que, junto al agua y la sangre, sirve para probar que una persona es hija de Dios, pues si una persona recibe el bautismo de agua en el nombre de Jesucristo y cree que por su sangre derramada se le perdonan todos sus pecados y se manifiesta en su vida el fruto del espíritu santo de Dios entonces, como suele decirse, blanco y en botella¡Que Dios nos ilumine y nos dé discernimiento!





Amén



Vitoria-Gasteiz                             27 de septiembre de 2019