El mes de agosto estaba finalizando, las fiestas del pueblo ya habían terminado y los forasteros que venimos de vacaciones ya estaban regresando a sus lugares de residencia habitual.
Este año el regreso a casa en bicicleta lo he tenido que realizar en soledad. La bicicleta de mi hijo había terminado de estropearse durante la estancia y decidimos que lo mejor era que él hiciera la vuelta en autobús, lo que hizo el día 21 de agosto, forzado también por el comienzo de sus entrenamientos deportivos el día 22 del mismo mes. Así pues, pasados unos días, concretamente el día 24 de agosto, a eso de las 7:00 a.m. emprendí la marcha de la vuelta a casa.
Del pueblo a Toro el trayecto matinal, en pleno alba, es realmente sobrecogedor. El silencio, la frescura y los colores de la luz del amanecer embargan a cualquiera, llevándole a un estado cuasi-místico. Había decidido regresar a casa por el mismo camino que el de la ida, con la excepción del tramo del Canal de Castilla, que tenía planeado sustituir por otro recorrido. De Toro a Morales de Toro y de ahí a Wamba, pasando antes por Casasola de Arión, Villalbarba, Mota del Marqués, Adalia y Torrelobatón.
Como recordaba la ubicación de la fuente en la plaza de Mota del Marqués, decido detenerme para proveerme y refrescarme un poco.
El día se presentaba caluroso. Una vez llegado a Wamba, aunque era un poco pronto, me paro a comer en el mismo lugar que en la ida, es decir, en un césped, bajo unos árboles y cerca de la fuente próxima a la carretera, en la salida del pueblo en sentido a Valladolid capital.
Tras el receso, emprendo la marcha hacia la ciudad, atravesando una gran explanada antes de llegar a Zaratán. A la entrada de Valladolid, me topo con un control de tráfico de la Guardia Civil. Los coches se apelotonan y van reduciendo su velocidad hasta que llegan a la altura de los agentes, quienes les hacen algunas preguntas a los conductores. Al llegar mi turno, les saludo con un ¡buenos días! desde mi bicicleta, y ellos me miran con cierto desdén limitándose a espetarme ¡Continúe!, lo que hago con sumo agrado, para perderlos de vista cuanto antes. Siento vergüenza al pensar que antes, en la vieja normalidad tenía en cierta estima a las llamadas Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en el sentido de que creía que eran servidores públicos cuya labor ponía como prioritaria la defensa de los derechos y libertades del pueblo recogidos en la Constitución. Pero estos últimos dos años y medio vividos desde el día en que se declaró la falsa pandemia han servido para quitarme la venda que tenía en los ojos y percatarme de que no son sino herramientas y esbirros de unas minorías financieramente muy poderosas, a las que sirven y obedecen, incluso aun cuando la labor que les obligan a desempeñar vaya en contra del pueblo. Al escribir estas palabras constato cuán difícil es guardar los mandamientos de Yahwéh, quien nos manda amar incluso a nuestros enemigos.
Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto. (Mateo 5:44-48)
Entro en la ciudad por el noroeste y con ayuda del mapa digital busco la salida hacia el este para abandonar cuanto antes esta selva de celdas de hormigón, auténticas cárceles de esclavos. Pronto me incorporo a la carretera provincial VA-113 que me conduce a Cabezón de Pisuerga. Aquí tengo que esperar para cruzar un puente de piedra debido a que es solo de una vía y doble sentido y se ha de respetar el turno controlado por un semáforo.
Aprovecho la espera para consultar por el camino a seguir para llegar al camping Cubillas de Santa Marta a un motorista que hacía lo propio. Su detallada respuesta me sirvió para evitar el Canal de Castilla y acceder al camping a través de la vía de servicio que discurre paralela a la autovía de Castilla. Eran cerca de las 17:00 y ya me encontraba en el camping. Tras la pertinente colocación de la tienda de campaña y la ducha, decido ir a darme varios chapuzones en la piscina del camping, lo que me trae muchos recuerdos de mis andanzas y ciclo-viajes por toda la península ibérica hechos en la juventud.
Después opto por una buena siesta o tumbada en la esterilla en la parcela donde estoy acampado, bajo unos aliantos o más conocidos como árboles del cielo.
Al día siguiente, salgo un poco menos temprano, a eso de las 8:00 a.m. y,
tras pasar Valoria la Buena y Cubillas de Cerrato, enseguida observo en el cielo las dichosas estelas químicas, más conocidas por su vocablo inglés, chemtrails, que los ingenuos describen como cirros o estelas de agua de condensación, pero que en realidad son aerosoles con micropartículas metálicas de aluminio, escandio, etc. y sustancias como el yoduro de plata con las que los aviones civiles y militares llevan fumigando desde hace decenios los cielos de gran parte del planeta con espurios objetivos de geoingeniería y de control climático, todo ello por orden de esas minorías poderosas antes aludidas y con la aquiescencia de los gobiernos de los países desarrollados que les sirven y legislan para que el genocidio sea legal.
Tras atravesar Cubillas de Cerrato prosigo la matutina y soleada marcha hasta Cevico de la Torre que, al parecer, estaba en fiestas.
Aquí me sorprende un vistoso y colorido mural pintado en una de las fachadas de un edificio del pueblo que acertadamente rezaba: No envejezcáis matando al niño que lleváis dentro. La lectura del lema supuso un acicate para seguir mi ciclo-marcha, pues siempre he considerado que esto de viajar en bici no es sino una manera de dar vida a ese niño que llevo dentro.
Me esperaba luego un perfil duro desde Baltanás, donde me refresqué en la misma fuente que en la ida, hasta Tabanera de Cerrato, pasando antes por Valdecañas de Cerrato, donde me topé con un bonito mirador dedicado al ilustrado y a la vez campechano escritor Miguel Delibes y que incluía un más que coqueto y original banco impreso.
Se estaba acercando la hora de comer y tras el desvío por la N-622 llego a Peral de Arlanza a eso de las 14:00, donde pregunto acerca del acceso al río a una joven adolescente que iba en sus patines por el pueblo. Tras seguir sus indicaciones me encuentro con un plácido merendero a la orilla del río y un precioso arbolado en el que los jóvenes del pueblo han colocado una especie de tirolina para lanzarse al río a lo tarzán. Aquí converso un poco con un abuelo y su nieto de tres años que repite una y otra vez cada frase que yo le digo. A esta edad son como esponjas- comento a su abuelo. Al poco, se van a comer a su casa y me quedo solo en el edénico lugar, lo que aprovecho para darme en el río uno de los baños más espléndidos de mi vida, y eso que me he dado muchos. El agua está limpia, la temperatura es buena, el sol me acaricia y los árboles me rodean a ambas orillas. ¡Qué más se puede pedir en un día caluroso del estío! La situación me evoca uno de los grandes pasajes de la Biblia:
Yahwéh es mi pastor, nada me faltará; en lugares de delicados pastos me hará descansar, junto a aguas de reposo me pastoreará, confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. (Salmos 23:1-3)
¡Gracias Yahwéh!
Tras comer un buen bocata y unos frutos secos, emprendo la vespertina marcha que se fue convirtiendo poco a poco en una cierta penitencia, por el calor, el duro perfil pero, sobre todo, por el viento en contra.
Santa María del Campo, Ciadoncha, Presencio, Villagonzalo de Pedernales y, por fin, Burgos, donde llego a eso de las 19:00. Circulo por las calles de Burgos hasta el centro de la ciudad donde diviso al fondo la catedral y de allí voy siguiendo el río Arlanzón por un carril bici que me conduce hasta el camping Fuentes Blancas.
Decido acampar, ¡cómo no!, en la misma parcela junto al edificio de los servicios y duchas, que hasta el momento siempre ha estado libre cuando visito este camping. Aún me da tiempo para acercarme en bici, pero sin el peso de las alforjas, hasta un supermercado para comprar la cena y el desayuno del día siguiente. Tras telefonear a la familia y comunicarme con mis hijos por Telegram, ceno y me voy a dormir y a descansar de la dura etapa del día.
Por la noche y desde mi saco de dormir, oigo cómo está acampando en la parcela contigua un campista tardío. A la mañana siguiente me levanto temprano y observo que el campista de al lado ya ha recogido sus bártulos y se ha marchado. Hago lo propio y a eso de las 8:00 a.m estaba saliendo de Burgos por la N-1.
Villafría, Rubena y Quintanapalla iban quedando atrás. De repente, una marcha interminable y ruidosa de motoristas me adelanta. Iban con sus oscuros atavíos y uniformes, sus adornos antisistema y banderas de toda índole. Emplearon varios minutos en adelantarme y no pude deshacerme del pensamiento que se me había formado en la mente, relacionado con la evidente contradicción existente entre su organizado acto multidudinario, rebelde y de libertad y la permanente asistencia y control de la policía que presidía la marcha y la escoltaba. Aunque yo me trasladaba en una simple bicicleta me sentía mucho más libre y antisistema que ellos. ¡Ja, ja, ja!
Pronto llegué a Monasterio de Rodilla, donde paré a beber agua en la fuente de nuestra salvación o nuestro pozo de Yaakov, que tanto nos bendijo en la ida.
Aun así, en estas fuentes casi siempre recuerdo las palabras de Yeshúa: Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed —respondió Yeshúa—, pero el que beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna. (Juan 4:13-14)
Continúo la marcha atravesando Prádanos de Bureba, Briviesca, Cubo de Bureba y llego a Pancorbo a eso de las 13:00.
Me dirijo raudo al merendero que ya conozco y disfruto de las vistas y, sobre todo, de un buen refrigerio.
Mientras me alimento, intento recapitular y adquiero consciencia de que llevo casi tres días de soledad. He atravesado más de trescientos kilómetros y me impresiona la gran cantidad de superficie deshabitada por la que he ido transitando. El pensamiento me hace recordar un sorprendente dato que he leído recientemente en las redes sociales y que está relacionado con otro de los bulos actuales: la superpoblación del planeta.
Y es que si se alojara a toda la población mundial (aproximadamente 7.974.121.900 habitantes) en la isla de Nueva Zelanda, cuya superficie aproximada es de 268.838 kilómetros cuadrados, se obtendría una densidad poblacional de 29.661 habitantes por kilómetro cuadrado, es decir, una densidad de población similar a la que existe actualmente en el famoso barrio Manhattan de Nueva York. ¡Cosas más extrañas veredes, amigo Sancho! (*)
Sumido en estos pensamientos, decido no echar siesta y emprendo con ganas la marcha hacia Vitoria, pues ya me quedaba poco.
Paso por Ameyugo y me desvío a Orón abandonando la N-1. Atravieso pronto la ciudad de Miranda de Ebro por la Avenida de Logroño
para continuar por la carretera BU-740 y entrar enseguida en la Comunidad Autónoma Vasca por la A-3126 hasta Berantevilla.
Paro para beber agua y alimentarme un poco y prosigo hasta Treviño, Franco, Ventas de Armentia y Puerto de Vitoria, que corono a eso de las 18:30, después de haber repostado en la fuente de agua que hay en el lado burgalés.
Aprovecho para hacer unas fotos y dar las gracias al Todopoderoso Yahwéh por haberme guardado hasta aquí sin contratiempos, averías ni desgracias y por haberme bendecido tanto.
Luego, me dejo caer puerto abajo y llego a casa, en Vitoria, a eso de las 19:00.
El objetivo estaba cumplido y mi alma estaba muy agradecida. ¡Gloria a Yahwéh!
¡Halelu-Yah!
(*) Noticia relacionada posterior a la redacción de este relato aquí
Vitoria-Gasteiz 13 de septiembre de 2022