Este colectivo va siguiendo a pies juntillas su hoja de ruta y sorprendentemente va cumpliendo uno tras otro sus objetivos. Hace tan sólo unos meses, con motivo del llamado por cierto sector social Día Internacional contra la Homofobia, veíamos a unos operarios municipales pintando un paso de peatones en una céntrica calle de la ciudad con su conocido logotipo irisado. No me resisto a recordar que para muchas personas el arco iris es la señal de un pacto entre Dios y la humanidad y que las fuerzas ocultas del mal siempre han seguido estrategias encaminadas a desvirtuar los símbolos sagrados y divinos. Lo han hecho recientemente con el matrimonio y continúan su labor con el género. El colectivo LGTBI no es sino una de sus herramientas, sépalo éste o no. Me pregunto de qué color habría que pintar los pasos de peatón para visualizar la discriminación y la persecución, a veces hasta la muerte, que se lleva a cabo con los cristianos, quienes creemos a Dios cuando nos dice que el sexo, como el nacimiento, no es una elección.
La utilización de una ley contra la discriminación, a priori justa y necesaria, para imponer a la sociedad a la chita callando una ideología como es la
de género, bien puede calificarse de torticera y maléfica.
Flaco favor se hace a la democracia cuando los legisladores ceden a las presiones de ciertos lobbys minoritarios pero poderosos, como el que nos ocupa, en quienes delegan el diseño de algo tan importante y crucial para una sociedad como es el modelo educativo, y además permiten que lo hagan en un sentido antagónico al que comparte, a mi entender, la mayoría social en lo concerniente a la concepción de la sexualidad, de la familia y de la organización de la sociedad.
Si esta premonición es cierta, esperemos que seamos muchos los padres, madres y educadores que nos neguemos a colaborar con esta imposición y que hagamos nuestra aquella máxima del apóstol que decía aquello de "¿obedeceremos a los hombres antes que a Dios?"
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