Una de las interpretaciones posibles de la fiesta de carnaval es la religiosa,
según la cuál, el carnaval es una época en la que se permiten ciertos
excesos que compensan la abstinencia y el ayuno que caracteriza a la cuaresma católica a la que se yuxtapone y opone. El laicismo de nuestra sociedad llevó al ensayista Julio Caro Baroja a afirmar que "el carnaval ha muerto", queriendo con ello significar que ya no tiene sentido en una sociedad laica que no comparte las creencias religiosas ni vive ni participa en la cuaresma. Hoy podemos afirmar que "el carnaval ha resucitado". Lo vemos estos días reflejado en los medios, en los que se describen con fruición y con detalles fotográficos la variopinta gama de monigotes que se hacen desfilar en los pueblos de la provincia. Pero este hecho no implica que la sociedad vuelva a abrazar el catolicismo; muy al contrario, lo que viene a poner de manifiesto es otra de las interpretaciones del carnaval, aquella que alude a los antiguos ritos paganos de fertilidad y de renovación. El neopaganismo se abre brecha y embaucadas por lo atractivo del folclore y del colorido festivo las gentes se exponen a participar en ritos ilógicos sin sentido en los que se delega en la combustión de un muñeco la purificación y la renovación personales. Si considero injusto que se prohibieran estas fiestas en el pasado reciente, he de decir también que considero patético y entristecedor que no sea la sociedad quien las vaya arrinconando espontánea y libremente hasta hacerlas desaparecer. Por otra parte, en los tiempos críticos que vivimos, en los que hay tanta penuria y necesidad, ¿quién se atreve a cometer excesos carnavalescos sin sonrojar?
13 de febrero de 2015 Vitoria-Gasteiz